Bautismo del Señor:
Fiesta sin popularidad
(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).
En el tiempo de
Adviento y en Navidad, hemos entrado en contacto con los personajes claves del
Nuevo Testamento: Jesús, Juan Bautista, José y María. Pero nuestra atención se
centró en el pesebre o en los Inocentes. Allí anida nuestra fantasía desde
niños o desde tantas historias que hemos escuchado o leído. Hoy se nos presenta
el bautismo del Señor, pero no tiene mucha popularidad, ni siquiera la de una
fiesta de Bautismo de un bebé de hoy... Dos grandes se encuentran a orillas de
un río mejor dicho de un arroyo. La iniciativa es de Juan, que trata de
responder a las expectativas del pueblo, declarando que él no es el Mesías.
Anunciaba y pedía un cambio, pero no algo definitivo, sino preparatorio del
gran cambio que tenía que llegar. Jesús estaba entre el pueblo que iba a
hacerse bautizar. No aceleró los tiempos ni se adelantó a los que esperaban
ser bautizados. Esto mismo sería como ver hoy a un dignatario de la Iglesia que
se pone en la fila, entre los últimos, para confesarse en un día de mucha
gente. O un político que no usa sus privilegios para "perder" menos
tiempo en trámites, cuando para todos el tiempo tiene el mismo valor. ¡Cuánto
nos enseña Jesús mezclándose entre la gente! Hoy muchos quieren un pase
privilegiado en todo... y cuando no lo tienen, buscan amigos o pagan gestores. La
imagen del humilde Hijo de Dios, que nace en un corral de Belén, es la misma
del que hace la fila para hacerse bautizar en el Jordán. Es él... No lo busquen
entre los privilegiados porque allí no lo van a encontrar. Tampoco en los
círculos o grupos que convocan sólo a los "buenos". Con esta imagen,
la celebración de hoy nos prepara para comenzar el año litúrgico en compañía
del Señor. Si queremos caminar con él, ser bautizados con él, ya sabemos dónde
tenemos que estar, tan- to en la vida de la comunidad eclesial como en la
comunidad de las relaciones humanas. Y no perdamos la serenidad ni la paz
cuando velamos cómo otros buscan puestos de privilegios: son pobres hermanos
nuestros que se disputan un lugar que no tiene valor ante Dios.
Esta fiesta es también una
"epifanía", una "manifestación". Dios creador se manifestó
en el comienzo en el Espíritu, que soplaba sobre las aguas. De esta misma
manera, en el bautismo de su Hijo, el Espíritu Santo recrea sobre las aguas del
Jordán a la humanidad toda. Con esta fiesta damos por concluido el tiempo
litúrgico de la Navidad y comenzamos el "tiempo ordinario" o
"tiempo durante el año", en el cual no se celebra ningún aspecto
concreto del misterio de Cristo, sino que se procura profundizar el conjunto de
la historia de salvación.
PRIMERA LECTURA
Is 40, 1-5. 9-11
Lectura
del libro de Isaías.
¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice
su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio
se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor
doble castigo por todos sus pecados. Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto
el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se
rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las
quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces
se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque
ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la
buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia
a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: "¡Aquí está
su Dios!". Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio:
el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un
pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a
los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 103, 1b-4. 24-25.
27-30
¡Bendice
al Señor, alma mía!
¡Señor, Dios mío, qué grande
eres!
Estás vestido de esplendor y majestad
y te envuelves con un manto de luz.
Tú extendiste el cielo como un toldo.
Estás vestido de esplendor y majestad
y te envuelves con un manto de luz.
Tú extendiste el cielo como un toldo.
Construiste tu mansión sobre
las aguas.
Las nubes te sirven de carruaje
y avanzas en alas del viento.
Usas como mensajeros a los vientos,
y a los relámpagos, como ministros.
Las nubes te sirven de carruaje
y avanzas en alas del viento.
Usas como mensajeros a los vientos,
y a los relámpagos, como ministros.
¡Qué variadas son tus obras,
Señor!
¡Todo lo hiciste con sabiduría,
la tierra está llena de tus criaturas!
Allí está el mar, grande y dilatado,
donde se agitan, en número incontable,
animales grandes y pequeños.
¡Todo lo hiciste con sabiduría,
la tierra está llena de tus criaturas!
Allí está el mar, grande y dilatado,
donde se agitan, en número incontable,
animales grandes y pequeños.
Todos esperan de ti que les
des la comida a su tiempo:
se la das, y ellos la recogen;
abres tu mano, y quedan saciados.
se la das, y ellos la recogen;
abres tu mano, y quedan saciados.
Si escondes tu rostro, se
espantan;
si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados,
y renuevas la superficie de la tierra.
si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados,
y renuevas la superficie de la tierra.
SEGUNDA LECTURA
Tit 2, 11-14; 3, 4-7
Lectura de la carta
del Apóstol san Pablo a Tito.
Querido hijo: La gracia de
Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella
nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida
presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz
esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador,
Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad,
purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica
del bien. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su
amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino
solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el
bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese
Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que,
justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lc 3, 15-16. 21-22
Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Lucas.
Como el pueblo estaba a la
expectativa y todos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías, él tomó
la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más
poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus
sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego". Todo el pueblo
se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se
abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como
una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy
querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
Palabra
del Señor.
En español,
la homilía de Benedicto XVI en la fiesta del Bautismo del Señor (13-1-2013)
La alegría que brota de la celebración de la Santa Navidad encuentra hoy
cumplimiento en la fiesta del Bautismo del Señor. A esta alegría se añade un
ulterior motivo para nosotros, que estamos reunidos aquí: en el sacramento del
Bautismo que dentro de poco administraré a estos recién nacidos se manifiesta,
en efecto, la presencia viva y operante del Espíritu Santo que, enriqueciendo a
la Iglesia con nuevos hijos, la vivifica y la hace crecer, y por esto no
podemos dejar de alegrarnos.
Deseo dirigirles un saludo especial a ustedes, queridos padres, padrinos
y madrinas, que hoy testimonian su fe pidiendo el Bautismo para estos niños,
para que sean generados a la vida nueva en Cristo y entren a formar parte de la
comunidad de los creyentes.
El relato evangélico del bautismo de Jesús, que hoy hemos escuchado según la redacción de san Lucas, muestra la vía de abajamiento y de humildad, que el Hijo de Dios ha elegido libremente para adherir al designio del Padre, para ser obediente a su voluntad de amor hacia el hombre en todo, hasta el sacrificio en la cruz. Una vez adulto, Jesús da inicio a su ministerio público yendo al río Jordán para recibir de Juan un bautismo de penitencia y de conversión. Sucede lo que a nuestros ojos podría parecer paradójico. ¿Jesús tiene necesidad de penitencia y conversión?
El relato evangélico del bautismo de Jesús, que hoy hemos escuchado según la redacción de san Lucas, muestra la vía de abajamiento y de humildad, que el Hijo de Dios ha elegido libremente para adherir al designio del Padre, para ser obediente a su voluntad de amor hacia el hombre en todo, hasta el sacrificio en la cruz. Una vez adulto, Jesús da inicio a su ministerio público yendo al río Jordán para recibir de Juan un bautismo de penitencia y de conversión. Sucede lo que a nuestros ojos podría parecer paradójico. ¿Jesús tiene necesidad de penitencia y conversión?
Ciertamente no. Y sin embargo,
precisamente Aquel que carece de pecado, se pone entre los pecadores para
hacerse bautizar, para cumplir este gesto de penitencia; el Santo de Dios se
une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don de la
conversión, es decir la gracia de volver a Él con todo el corazón, para ser
totalmente suyo. Jesús quiere ponerse de la parte de los pecadores, haciéndose
solidario con ellos, expresando la cercanía de Dios. Jesús se muestra solidario
con nosotros, con nuestra fatiga de convertirnos, de dejar nuestros egoísmos,
de separarnos de nuestros pecados, para decirnos que si lo aceptamos en nuestra
vida Él es capaz de volver a levantarnos y conducirnos a la altura de Dios Padre.
Y esta solidaridad de Jesús no es, por decirlo de alguna manera, un sencillo
ejercicio de la mente y de la voluntad. Jesús se ha inmerso realmente en
nuestra condición humana, la ha vivido totalmente, menos que en el pecado, y es
capaz de comprender su debilidad y fragilidad. Por esta razón Él siente
compasión, elige “partir con” los hombres, hacerse penitente junto a ellos.
Ésta es la obra de Dios que Jesús quiere cumplir: la misión divina de curar a
quien está herido y medicar a quien está enfermo, de tomar sobre sí el pecado
del mundo.
¿Qué sucede en el momento en que
Jesús se hace bautizar por Juan? Frente a este acto de amor humilde por parte
del Hijo de Dios, se abren los cielos y se manifiesta visiblemente el Espíritu
Santo bajo forma de paloma, mientras una voz desde lo alto expresa la
complacencia del Padre, que reconoce al Hijo Unigénito, al Amado. Se trata de
una verdadera manifestación de la Santísima Trinidad, que da testimonio de la
divinidad de Jesús, de su ser el Mesías prometido, Aquel a quien Dios ha
enviado a liberar a su pueblo, para que sea salvado (Cfr, Is 40,2). Se realiza
así la profecía de Isaías que hemos escuchado en la primera Lectura: el Señor
Dios viene con poder para destruir las obras del pecado y su brazo ejerce el
dominio para desarmar al Maligno; verdaderamente Jesús actúa como el Pastor
bueno que apacienta el rebaño y lo reúne, para que no sea dispersado (Cfr. Is
40,10-11), y ofrece su misma vida para que tenga vida. Por su muerte redentora
el hombre es liberado del dominio del pecado y es reconciliado con el Padre;
por su resurrección el hombre es salvado de la muerte eterna y es hecho
victorioso sobre el Maligno.
Queridos hermanos y hermanas, ¿Qué se
produce en el Bautismo que dentro de poco administraré a sus niños? Sucede
precisamente esto: serán unidos de modo profundo y para siempre con Jesús,
inmersos en el misterio de su muerte, que es fuente de vida, para participar en
su resurrección, para renacer a una vida nueva. He aquí el prodigio que hoy se
repite también para sus niños: al recibir el Bautismo ellos renacen como hijos
de Dios, partícipes de la relación filial que Jesús tiene con el Padre, capaces
de dirigirse a Dios llamándolo con plena confidencia y confianza: “Abbá,
Padre”. Insertados en esta relación y liberados del pecado original, ellos se
convierten en miembros vivos del único cuerpo que es la Iglesia y capaces de
vivir en plenitud su vocación a la santidad, de modo que puedan heredar la vida
eterna, obtenida gracias a la resurrección de Jesús.
Queridos padres, al pedir el Bautismo
para sus niños, ustedes manifiestan y testimonian su fe, la alegría de ser
cristianos y de pertenecer a la Iglesia. Es la alegría que brota de la
conciencia de haber recibido un gran don de Dios, precisamente la fe, un don
que ninguno de nosotros ha podido merecer, pero que nos ha sido dado
gratuitamente y al cual hemos respondido con nuestro “sí”. Es la alegría de
reconocernos hijos de Dios, de descubrir que nos encomendamos a sus manos, de
sentirnos acogidos en un abrazo de amor, del mismo modo que una mamá sostiene y
abraza a su niño. Esta alegría, que orienta el camino de cada cristiano, se
funda en una relación personal con Jesús, una relación que orienta la entera
existencia humana. En efecto, Él es el sentido de nuestra vida, Aquel sobre el
cual vale la pena tener fija la mirada, para ser iluminados por su Verdad y
poder vivir en plenitud. Por esto el camino de la fe que hoy comienza para
estos niños se funda en una certeza, en la experiencia de que no hay nada más
grande que conocer a Cristo y comunicar a los demás la amistad con Él; sólo en
esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición
humana y podemos experimentar lo que es bello y lo que libera (Cfr. Homilía de
la Santa Misa por el inicio del Pontificado, 24 de abril de 2005). Quien ha
experimentado esto no está dispuesto a renunciar a su propia fe por ninguna
otra cosa en el mundo.
A ustedes, queridos padrinos y madrinas, les corresponde el importante
deber de sostener y ayudar en la obra educativa de los padres, flanqueándolos
en la transmisión de las verdades de la fe y en el testimonio de los valores
del Evangelio, en hacer crecer a estos niños en una amistad cada vez más
profunda con el Señor. Sepan ofrecerles siempre su buen ejemplo, mediante el
ejercicio de las virtudes cristianas. No es fácil manifestar abiertamente y sin
compromisos aquello en lo que se cree, especialmente en el contexto en el que
vivimos, frente a una sociedad que considera con frecuencia fuera de moda y
fuera del tiempo a quienes viven de la fe en Jesús. Siguiendo la ola de esta
mentalidad, también puede existir entre los cristianos el riesgo de entender la
relación con Jesús como limitante, como algo que mortifica la propia
realización personal; “Dios es visto como el límite de nuestra libertad, un
límite que hay que eliminar a fin de que el hombre pueda ser totalmente sí
mismo” (La
infancia de Jesús, 101). ¡Pero no es así! Esta visión
muestra que no ha entendido nada de la relación con Dios, porque precisamente
en la medida en que se procede en el camino de la fe, se comprende que Jesús
ejerce sobre nosotros la acción liberadora del amor de Dios, que nos hace salir
de nuestro egoísmo, de estar replegados sobre nosotros mismos, para conducirnos
a una vida plena, en comunión con Dios y abierta a los demás. “Dios es amor, y
el que permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de
la Primera Carta de Juan expresan con singular claridad el centro de la fe
cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del
hombre y de su camino» (Encíclica Deus caritas est, 1).
El agua con la cual estos niños serán marcados en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, los sumergirá en esa “fuente” de vida que es
Dios mismo y que los hará sus hijos verdaderos. Y la semilla de las virtudes
teologales, infundidas por Dios, la fe, la esperanza y la caridad, semilla que
hoy es puesta en sus corazones por el poder del Espíritu Santo, deberá ser
alimentada siempre por la Palabra de Dios y por los Sacramentos, de modo que
estas virtudes del cristiano puedan crecer y llegar a su plena maduración,
hasta hacer de cada uno de ellos un verdadero testigo del Señor. Mientras
invocamos sobre estos pequeños la efusión del Espíritu Santo, los encomendamos
a la protección de la Santísima Virgen; que Ella los custodie siempre con su
materna presencia y los acompañe en todo momento de su vida. Amén.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).
Fuente:
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital
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