Difícil que los
buenos se conviertan
Jesús
se explayó en su explicación sobre cómo es el perdón de Dios, mientras se
dirigía a los que se creían buenos: fariseos y escribas. Si vemos las cosas
desde la mirada de Jesús, notaremos que no se dirige a los pecadores, porque
esos ya están con él. Ellos ya saben que tienen que convertirse. El problema
lo tienen los buenos... El que se cree bueno se siente seguro y que no necesita
de Dios, al menos para su vida espiritual. Reza más por sus necesidades
materiales, trabajo, familia o salud, que para alabar a Dios y recordar a los
hermanos. Hasta puede recordarse de las necesidades del mundo, hambre y paz,
pero en modo teórico y genérico. No puede notar que hay cerca de sí a
personas de carne y hueso a las cuales, después de rezar, tiene que cuidar o
dedicarse. Pero los buenos también se convierten. Pablo era un buen fariseo,
que se tenía por justo, correcto, temeroso de Dios, un hombre ejemplar.
Incluso se sentía en el derecho y el deber de corregir a los que se profesaban
cristianos... Y, en cierto momento, su vida, dio un vuelco al toparse con
Jesús. Lo que queda claro de la parábola del Hijo pródigo - como se la
conoce, y que más bien debería ser recordada como la del Padre bueno- es que
todos necesitamos cambiar... Tanto el buen hijo que se quedó en casa con su
padre, como el que se dio a la buena vida. Porque frente al amor de Dios, nuestro
corazón es pobre y chico. A la experiencia del mal cometido, le sigue el deseo
de regresar a la paz y el perdón, de querer encontrarnos con Dios, que nos
espera sin recriminaciones y sin rechazos, siempre con los brazos abiertos.
Pero pasar del dolor y del sufrimiento al arrepentimiento no es fácil. Porque
significa reconocer que nos equivocamos y necesitamos pedir perdón. Malos y
presuntos buenos por igual. El evangelio nos recuerda, muchas veces, pero nunca
como en esta parábola, que el perdón de Dios, y el perdón entre nosotros, es
siempre gratis, pero no barato. Porque gratis significa inmerecido, aunque
valioso; barato es de poco valor.
P.
Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA
LECTURA
Jos
4, 19; 5, 10-12
Lectura
del libro de Josué.
Después de atravesar el Jordán, los israelitas entraron en la
tierra prometida el día diez del primer mes, y acamparon en Guilgal. El catorce
de ese mes, por la tarde, celebraron la Pascua en la llanura de Jericó. Al día
siguiente de la Pascua, comieron de los productos del país ?pan sin levadura y
granos tostados? ese mismo día. El maná dejó de caer al día siguiente, cuando
comieron los productos del país. Ya no hubo más maná para los israelitas, y
aquel año comieron los frutos de la tierra de Canaán.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal
33, 2-7
¡Gusten
y vean que bueno es el Señor!
Bendeciré
al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se
gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.
Glorifiquen
conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: Él me
respondió
y me libró de todos mis temores.
Miren
hacia él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este
pobre hombre invocó al Señor:
Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
SEGUNDA
LECTURA
2Cor
5, 17-21
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo
antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente. Y todo esto procede
de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio de Cristo y nos confió el
ministerio de la reconciliación. Porque es Dios el que estaba en Cristo,
reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los
hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación. Nosotros somos,
entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por
intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: déjense
reconciliar con Dios. A Aquél que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el
pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lc
15, 1-3. 11-32
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para
escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces
esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su
padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les
repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que
tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a
sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de
esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado
calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las
daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan
en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!'. Ahora mismo iré a la
casa de mi padre y le diré: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no
merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces
partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El
joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser
llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan enseguida la
mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y
comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la
casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de
los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: 'Tu hermano
ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha
recobrado sano y salvo'. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para
rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin
haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha
vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el
ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este
hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado'".
Palabra
del Señor.
BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 14 de marzo de 2010
Domingo 14 de marzo de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En este cuarto domingo de Cuaresma se proclama el Evangelio del padre y de los dos hijos, más conocido como parábola del "hijo pródigo" (Lc15,11-32). Este pasaje de san Lucas constituye una cima de la espiritualidad y de la literatura de todos los tiempos. En efecto, ¿qué serían nuestra cultura, el arte, y más en general nuestra civilización, sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia? No deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos. Este texto evangélico tiene, sobre todo, el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. Desde que Jesús nos habló del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes; ahora conocemos a Dios: es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos. Por esto, la relación con él se construye a través de una historia, como le sucede a todo hijo con sus padres: al inicio depende de ellos; después reivindica su propia autonomía; y por último —si se da un desarrollo positivo— llega a una relación madura, basada en el agradecimiento y en el amor auténtico.
En estas etapas podemos ver también momentos del camino del hombre en la relación con Dios. Puede haber una fase que es como la infancia: una religión impulsada por la necesidad, por la dependencia. A medida que el hombre crece y se emancipa, quiere liberarse de esta sumisión y llegar a ser libre, adulto, capaz de regularse por sí mismo y de hacer sus propias opciones de manera autónoma, pensando incluso que puede prescindir de Dios. Esta fase es muy delicada: puede llevar al ateísmo, pero con frecuencia esto esconde también la exigencia de descubrir el auténtico rostro de Dios. Por suerte para nosotros, Dios siempre es fiel y, aunque nos alejemos y nos perdamos, no deja de seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para volvernos a atraer hacia sí. En la parábola los dos hijos se comportan de manera opuesta: el menor se va y cae cada vez más bajo, mientras que el mayor se queda en casa, pero también él tiene una relación inmadura con el Padre; de hecho, cuando regresa su hermano, el mayor no se muestra feliz como el Padre; más aún, se irrita y no quiere volver a entrar en la casa. Los dos hijos representan dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos por fin en una relación verdaderamente filial y libre con Dios.
Queridos amigos, meditemos esta parábola. Identifiquémonos con los dos hijos y, sobre todo, contemplemos el corazón del Padre. Arrojémonos en sus brazos y dejémonos regenerar por su amor misericordioso. Que nos ayude en esto la Virgen María, Mater misericordiae.
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