martes, 26 de marzo de 2013

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor 24-03-13

Nuestras lágrimas en la pasión
Hoy escuchamos el relato de la pasión del Señor. También lo escucharemos el Viernes Santo. Y seguramente algo sentiremos en nuestro interior: compasión por los sufrimientos de Jesús y María, indignación por las falsas acusaciones y la injusticia de los tribunales, lástima porque vemos que alrededor de Jesús hay quienes siguen el ritmo de sus pequeñas cosas como si nada… Así escuchamos y vivimos la Pasión como la mujeres de Jerusalén: se acercan a Jesús para expresar su dolor por la situación de él… y lo que ven a su alrededor. Participan en el drama que se desarrolla en la ciudad y hacen su parte dignamente. El Señor les responde con un cariñoso reproche: “No lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos”. 

             Otras son las lágrimas de Pedro, que explota en llanto después de recibir una penetrante mirada del Señor. No llora por Jesús ni por las injusticias que ve que se están cometiendo. No siente indignación ninguna. Pedro llora por sí mismo, por su actitud, por haberlo negado tres veces, por el quiebre culpable de su relación con Jesús. Llora por sus culpas y no por las del prójimo ni por la situación que lo conmueve. Podemos imaginar que, con la mirada, Jesús y Pedro se dijeron muchas cosas que ni las palabras pueden expresar. Y las lágrimas de Pedro son la repuesta. 

             Jesús fue al Calvario por personas como Pedro. Junto con él, podemos poner al que la tradición llama Dimas, el buen ladrón. También él lloró por sí mismo, mientras su compañero, condenado como él, sostenía que todos estaban equivocados menos él; y pedía y exigía una liberación milagrosa e inmediata. Hoy comenzamos la Semana Santa. Podemos vivirla como espectadores sensibilizados, hasta podemos participar de las diversas misas y funciones… 

              Pero dejemos que el Señor nos mire, y miremos nuestro interior. Si descubrimos que tenemos razones para llorar… estaremos en el buen camino de encontrarnos con él.
P. Aderico Dolzani, ssp.
PRIMERA LECTURA
Is 50, 4-7

Lectura del libro de Isaías.

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.

Palabra de Dios.

SALMO
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza,
diciendo: "Confió en el Señor,
que él lo libre; que lo salve,
si lo quiere tanto". 

Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. 

Se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. 

Yo anunciaré tu nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
"Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel". 

SEGUNDA LECTURA
Flp 2, 6-11

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor".

Palabra de Dios.

EVANGELIO
(Breve) Lc 22, 66a-23, 1b-49

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. "Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías".
C. Pilato lo interrogó, diciendo:
S. "¿Eres tú el rey de los judíos?".
? "Tú lo dices".
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. "No encuentro en este hombre ningún motivo de condena".
C. Pero ellos insistían:
S. "Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí".
C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
S. "Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad".
C. Pero la multitud comenzó a gritar:
S. "¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!".
C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!".
C. Por tercera vez les dijo:
S. "¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad".
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
? "¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: '¡Felices las estériles, felices los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron!'. Entonces se dirá a las montañas: '¡Caigan sobre nosotros!', y a los cerros: '¡Sepúltennos!'. Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?".
C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
C. Cuando llegaron al lugar llamado "del Cráneo", lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
? "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
C. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:
S. "Ha salvado a otros: ¡que se sal-ve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
C. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
S. "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
C. Sobre su cabeza había una inscripción: "Éste es el rey de los judíos".
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
S. "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
C. Y decía:
S. "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino".
C. Él le respondió:
? "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:
? "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
C. Y diciendo esto, expiró.
C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. "Realmente este hombre era un justo".
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.

Palabra del Señor.


Homilía del Papa Francisco en la Misa del Domingo de Ramos
1 Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompaña festivamente; se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha realizado, se eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas» (Lc 19, 38).
Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz: se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón muchas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, sencilla, pobre, olvidada, la que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios y se ha inclinado a curar el cuerpo y el alma.


              Este es Jesús. Este es su corazón,  atento a todos nosotros, que ve nuestras enfermedades, nuestros pecados. Es grande el amor de Jesús. Y así, entra en Jerusalén con este amor, y nos mira a todos. Es una escena hermosa, llena de luz –la luz del amor de Jesús, de su corazón–, de alegría, de fiesta.
Al inicio de la misa, nosotros también la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas. Nosotros también hemos acogido al Señor; nosotros también hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que está cerca, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Jesús es Dios, pero se abajó a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. Aquí nos alumbra en el camino. Y así lo hemos acogido hoy.
Y esta es la primera palabra que quisiera deciros: ¡alegría! No seáis nunca hombres y mujeres tristes: ¡un cristiano jamás puede serlo! ¡Nunca os dejéis vencer por el desaliento! Nuestra alegría no nace de poseer muchas cosas, sino de habernos encontrado a una persona:  a Jesús, que está entre nosotros; nace de saber que, con él, nunca estamos solos, ni siquiera en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables, ¡y hay tantos! Y en ese momento viene el enemigo, viene el diablo –tantas veces disfrazado de ángel–, e insidiosamente nos dice su palabra. ¡No lo escuchéis! ¡Sigamos a Jesús! Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos lleva sobre sus hombros: en esto consiste nuestra alegría, la esperanza que debemos llevar a este mundo nuestro. Y, por favor, ¡no os dejéis robar la esperanza! ¡No os  dejéis robar la esperanza, la que nos da Jesús!
2 Segunda palabra: ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor:  ¿Cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19, 39-40). Pero ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo siga, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quienes lo acogen son gentes humildes, sencillas, que tienen la sensación de ver en Jesús algo más; tienen esa sensación de fe que dice: «Este es el Salvador». Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quienes tienen poder, a quienes  dominan; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50, 6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Y esta es, pues, la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente ahí donde resplandece su ser rey según Dios: ¡su trono real es el madero de la cruz! Pienso en lo que decía Benedicto XVI a los cardenales:  «Vosotros sois príncipes, pero de un rey crucificado». Ese es el trono de Jesús. Jesús toma sobre sí… ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo –también el nuestro, el de todos nosotros–, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡Cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles;  la sed de dinero, de un dinero que al final nadie puede llevarse consigo, sino que lo debe dejar. Mi abuela nos decía cuando éramos niños: «El sudario no tiene bolsillos».
¡Amor al dinero, al poder;  corrupción, divisiones, crímenes contra la vida humana y contra la creación! Y también –cada uno de nosotros lo sabe y lo conoce– nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito lo que hizo él aquel día de su muerte.
3 Hoy hay en esta plaza muchos jóvenes: ¡desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud! Y esta es la tercera palabra: ¡jóvenes! Queridos jóvenes: Os he visto en la procesión, cuando entrabais; os imagino de fiesta alrededor de Jesús, agitando las ramas de olivo; ¡os imagino mientras aclamáis su nombre y expresáis vuestra alegría de estar con él! ¡Vosotros desempeñáis un papel importante en la celebración de la fe! Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre: ¡un corazón joven incluso a los setenta, a los    ochenta años! ¡Corazón joven! ¡Con Cristo el corazón nunca envejece! Pero todos sabemos –y vosotros lo sabéis muy bien– que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. ¡Y vosotros no os avergonzáis de su cruz!  Al contrario, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en la entrega de uno mismo, en la entrega de sí, en salir de uno mismo, y que él venció al mal con el amor de Dios. ¡Vosotros lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por los caminos del mundo! La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (cf. Mt 28, 19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año.
La lleváis para decir a todos que, en la cruz, Jesús derribó el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y trajo la reconciliación y la paz. Queridos amigos: Yo también me pongo en camino con vosotros, desde hoy, siguiendo las huellas del Beato Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Ya estamos cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz. ¡Aguardo con alegría el próximo mes de julio en Río de Janeiro! ¡Os doy cita en esa gran ciudad de Brasil! Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que ese encuentro sea un signo de fe para el mundo entero. Los jóvenes deben decir al mundo: Es bueno seguir a Jesús; es bueno ir con Jesús; es bueno el mensaje de Jesús; ¡es bueno salir de uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús! Tres palabras, pues: alegría, cruz, jóvenes.
Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con que debemos contemplarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con que debemos seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Que así sea.
(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA).
Fuente: 
Publicado con el permiso de San Pablo y Ecclesia Digital

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