Somos totalmente distintos unos de otros,
llenos de defectos, tontos y ciegos;
impermeables a las cosas buenas del Señor,
ignoramos alegremente lo que deberíamos alabar
y preferimos lo que debiéramos aborrecer.
Cuando deberíamos obrar la justicia,
la mayoría de las veces elegimos hacer el mal.
Pero Dios nuestro Padre,
contemplándonos como buen padre,
nos abraza a nosotros, como hijos, junto a su pecho.
Porque es Dios
tiene el amor tierno de un padre por sus hijos.
Y es tan grande su amor por nosotros,
que Él nos ha enviado a su Hijo unigénito,
que murió en la cruz,
como un cordero manso llevado al matadero.
Y su Hijo recuperó las ovejas perdidas,
poniéndoles sobre los hombros
piedras preciosas y perlas,
para llenar así de su gracia
ese barro oscuro que él abrazó junto a su pecho.
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