miércoles, 9 de marzo de 2011

La Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios

(continua del post anterior)

Jesús, crea una nueva comunidad, formada en principio por los doce Apóstoles, los discípulos, quiénes fueron enviados a predicar en su nombre, por gente que lo seguía y que creía en su Palabra, aquellos que se convertían  y por algunas mujeres piadosas, junto a su Madre la Virgen María, quien sería luego la que estaría siempre junto a los Apóstoles.
Ésta se constituyó entonces en la primera comunidad cristiana, a partir de la cual se formó la Iglesia.

Los Apóstoles finalmente, luego de 50 días posteriores a la Muerte y Resurrección de Cristo recibirían el Espíritu Santo en Pentecostés, quien los renovaría totalmente y “confirmados” en la fe serían impulsados a la evangelización.


Este contituyó el nuevo Pueblo de Dios, tomado de ese “resto” de Israel que aceptó la fe en la persona de Cristo y que comenzó a celebrar cada domingo la “Fracción del pan”, en recuerdo de la Última Cena, donde Cristo anticipó su sacrificio en la cruz pero sin derramamiento de sangre, dando a sus apóstoles su propio Cuerpo y Sangre en las especies de pan y vino.
Jesús mismo pidió que esto se celebrara: “Hagan esto en conmemoración mía”. Esto es lo que actualmente se conoce como Celebración Eucarítica, lo que hacemos los cristianos cuando participamos en la Misa diaria y más especialmente el día domingo.

¡Cuál es el sentido de la Misa?





Para poder darnos la salvación, Cristo hizo de sí mismo un único sacrificio expiatorio ofrecido al Padre (pero renovado continuamente en cada misa), lo que salvaría a la humanidad de esa muerte eterna puesto que, por el misterio de su Muerte y Resurrección, él ha sido capaz de vencer a la muerte y se ha constituido en esa "Puerta" por la que la humanidad entera debe pasar para vivir en la eternidad, pero debe hacerlo por los mismos medios que Él utilizó: la oración, la fe, la esperanza, la reconciliación, el amor fraterno y el amor a Dios, la mortificación de los sentidos, para alcanzar la perfección a la que Dios nos llama y finalmente, la aceptación y ofrecimiento a Cristo de nuestra propia cruz, que es todo aquello que parece que nos complica y nos hace dura la vida: enfermedades, incomprensiones, dolor, problemas familiares, etc., hasta alcanzar nuestra unión espiritual con Él, ayudados por los medios que Él mismo nos dejó y en lo que Él se halla presente verdaderamente, que son los Sacramentos (especialmente la Reconciliación y Eucaristía), pues sabemos que después de esta vida tenemos la posibilidad de vivir una vida mucho más grande duradera y perfecta, gracias a que Jesús primero la conquistó para todos, sin excepción, a través de su vida de santidad, su sacrificio y muerte redentora.


Los cristianos celebramos cada domingo este sacrificio y participamos leyendo la Palabra, escuchando la homilía del sacerdote que tiene el mandato y el deber de instruir a la comunidad que se reune en torno al misterio de Cristo y a su mesa para recibir el sacramento de la Eucaristía. En este sacramento Cristo mismo todo entero se nos da a sí mismo como alimento espiritual para el alma. Por él recibimos la gracia que nos permite vivir unidos a Él y así mismo crecer en la santidad y en la fe, hasta que nos toque ir a su encuentro, una vez que haya finalizado nuestra misión en este mundo y Dios nos llame a su presencia en la eternidad.



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