sábado, 17 de marzo de 2012

La Imitación de Cristo. Introducción


INTRODUCCIÓN

      El mismo nombre de este primer libro nos da una pista sobre su contenido. Sus veinticinco capítulos están presentados como una colección de consejos para una profundización de la vida creyente de monjes, primeros destinatarios de la obra.
      Las primeras frases ubican al lector en el sentido y finalidad de estas páginas; colocan el cimiento sobre el que se edificará todo lo que ha de seguir: el sentido de la vida está en Cristo; sólo quien asimile su propia vida personal, su pensamiento, su sentimiento y su actuar, a la vida, los pensamientos, los sentimientos y las acciones del Señor, podrá ser plenamente cristiano. “Por eso, nuestra máxima preocupación debe ser meditar la vida de Jesucristo” (1,1).
      Sin embargo el camino elegido por el autor no será el de una directa meditación de la vida de Cristo. Se preocupará más bien de considerar las actitudes, acciones y renuncias que ha de asumir el discípulo para que, libre de toda atadura, pueda realmente encontrar en el Señor el sentido de su vida.
Pretende indicar una ascesis, antes que inducir al lector a una contemplación de los misterios de Jesucristo.
      Jesús tuvo un objetivo máximo en su vida: cumplir la voluntad del Padre (cfr. Jn. 4, 34); Dios siempre fue el centro de interés de su existencia en el mundo. Igual ha de ser la búsqueda constante del cristiano. Hacer de Dios la médula y el destino de la vida es el modo concreto de imitar a Cristo. Por eso, todo aquello que pueda distraerlo  de ese objetivo vital debe ser dejado de lado.

      No es fácil despejar de nuestra naturaleza pecadora todos los afectos que nos impidan ser como Cristo. Es una tarea larga, que requiere mucha paciencia, empuje y, sobre todo, apertura generosa del corazón a la gracia divina. Es una tarea de toda la vida en la que tener el primer lugar la convicción de que es más una obra del mismo Dios que del propio esfuerzo humano (cfr. cap. 16).
      No deja el autor de dar  un decidido toque de atención a quienes ponen el acento de sus preocupaciones en el estudio o en las estériles discusiones filosóficas que caracterizaban la época.
      Quizás en una lectura rápida superficial hasta podría aparecer como enemigo del estudio y de toda tarea intelectual. Pero no es así. Reconoce que la ciencia es cosa buena; es don de Dios. Pero avisa que es más importante ser santo que saber mucho; no por saber mucho se está más cerca de Dios.
      Tanto la meditación de la vida de Jesús, como el proceso de liberarse de toda atadura que el autor indica, requieren concentración y silencio (cfr. cap. 20). Lo exterior es pasajero, pero tiende a encadenar la atención desviando al creyente de su camino hacia Dios. El silencio, la soledad, la concentración, pueden conducir al desapego del mundo y al encuentro sincero consigo mismo y con el Señor. Esto que se decía a los monjes del siglo XIV, es también válido para nosotros, hombres del siglo XX. La vida actual tiende a llenarnos de ruidos y de palabras, de imágenes y sonidos; es un mundo que tiende a dispersarnos de mil maneras. Se requieren decisión y firme voluntad muy segura para buscar en el silencio la vida interior indispensable que posibilite el encuentro consigo mismo y con Dios.
      En su afán por resaltar la necesidad estar desprendido de todo lo mundano para poder seguir más libremente a Cristo, la Imitación llega a ciertas afirmaciones que pueden sonar como exageradas. En especial algunas que se encuentran en el capítulo 22, como ser las afirmaciones de que es una miseria humana “comer, beber, velar, dormir, descansar, trabajar”. Estas afirmaciones inquietantes deben ser entendidas en el contexto de ciertas corrientes filosóficas de la época en que fueron escritas. En dichas corrientes el hombre era considerado digno y noble casi exclusivamente pr su dimensión espiritual al tiempo que se consideraba al cuerpo como una carga. Se había perdido  ya el admirable equilibrio que Santo Tomás de Aquino lograra en el siglo XIII, con su doctrina sobre Dios, el hombre y el mundo.
      Pero, si bien las necesidades corporales no deben ser consideradas como una miseria ya que el mismo Dios nos creó como partícipes de este mundo material, sabemos que pueden transformarse en tales si, como sucede demasiado frecuentemente, las hacemos ocupar el primer lugar en nuestras vidas, y no de ordenarlas según la voluntad de Dios.
      Los consejos que da la Imitación están muy alejados de una concepción legalista o esquemática de la vida y distan de trazar un camino simplemente moralizante. Quien siga con sabiduría cristiana y sano equilibrio los consejos de este libro, y simplemente medite la vida de Cristo, como en las primeras frases se da por supuesto, sin duda se encontrará íntimamente con Dios y su vida se asemejará cada vez más a la del Maestro.

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