¡Queridos hijos! En este tiempo de manera especial los invito: oren con el corazón. Hijitos, ustedes hablan mucho pero oran poco. Lean, mediten la Sagrada Escritura y que las palabras allí escritas sean vida para ustedes. Yo los exhorto y los amo, para que en Dios puedan encontrar vuestra paz y la alegría de vivir. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!
Comentario
“Sea parca y frugal la mesa,
sean sobrios la lengua y el corazón;
es tiempo, hermanos, de escuchar
la voz del Espíritu”.
Esas palabras, traducción del himno del oficio para
este tiempo de Cuaresma, se pueden muy bien asociar a este mensaje de la
Santísima Virgen. Los excesos -sean de comida, de bebida o de palabras, o de
pasiones o de otra índole- impiden la escucha de Dios que es uno de los fines
de la oración. Las palabras ociosas, de las que también deberemos dar cuenta,
quitan el espacio y el tiempo a la oración.
Cuaresma:
Tiempo para aprovechar
Cuando, como ahora, la Santísima Virgen dice “en
este tiempo” se refiere en primer lugar al corriente tiempo litúrgico y luego
también al tiempo histórico actual que estamos viviendo. Bajo ese
entendimiento, vemos que está especialmente invitándonos a aprovechar el tiempo
cuaresmal.
La Cuaresma es tiempo privilegiado con gracias especiales
y necesarias para nuestro camino de conversión. Es el tiempo de profundización
de la conversión, de abandonar la fe cansada y caminar con decisión hacia Dios.
Desde el comienzo de las apariciones, la Madre de
Dios nos llama a la sobriedad, al despojamiento de todo lo superfluo e inútil y
sobre todo, a la liberación de todas las formas de mal, para así liberar lo que
más cuenta: el corazón. Así como tantas veces nos ha exhortado al ayuno, ahora
nos pide ayuno de palabras innecesarias y de temas que distraen nuestro
atención engañando nuestro espíritu, para ocuparnos de lo más importante:
establecer, con un corazón purificado, una relación más estrecha e intensa con
Dios. Nos está diciendo “hablen menos y recen más”. Si oramos desde el corazón
seremos escuchados porque en él podremos escuchar la voz de Dios.
Mucho
hablar, un caso recurrente
Los ejemplos son siempre útiles y uno cercano de
mucho hablar es, entre tantos, el hablar de temas aparentemente buenos,
aparentemente espirituales pero que en realidad son accesorios, no
fundamentales y que no hacen ni al anuncio de Salvación ni a la salvación
misma. Es el caso de hablar y propagar presuntas, y aún verdaderas,
manifestaciones divinas, cuando lo que mueve a hacerlo queda en satisfacción de
curiosidades o de cierta morbosidad que provoca la sensación, falsa, de creerse
por eso protegido del mal y partícipe de un grupo de elegidos que tienen
asegurada la salvación. Tal actitud provoca en otros desvío de la atención a lo
importante y, al mismo tiempo, crea ansiedades y en algunos pánico. De esos
temas hacen una gran cosecha los falsos videntes y falsos profetas. Son esas
personas que con lenguaje críptico, como hacen los adivinos, anuncian
calamidades o grandes acontecimientos o esas otras que dan fechas para luego,
cuando no se verifican, cambiarlas por otras nuevas.
Necesidad de discernir entre el verdadero bien y el mal
Necesidad de discernir entre el verdadero bien y el mal
Aquellos que han dado crédito a falsos mensajes y
falsos profetas terminan, decepcionados, por poner en pie de igualdad lo verdadero
con lo falso y ya no saben a qué ni a quién creer. Cuando esto ocurre el
trabajo de contaminación de la verdad, cuyo efecto es la confusión y el
descreimiento, está logrado. A eso se refería la Reina de la Paz cuando, hace
ya muchos años, dijo que Satanás se había apropiado de parte de su plan.
Conocer las fechas de grandes acontecimientos o
contenidos de secretos no salvan a nadie. Salva la oración; salva recorrer con
fe las cuentas del Rosario en oración del corazón; salva arrodillarse humilde y
devotamente ante el Señor en adoración; salva el llevar a Cristo en el corazón
asistiendo a quien lo necesite, consolando, intercediendo, amando; salvan –en
fin- los sacramentos de la Iglesia.
Orar con y del corazón
Orar con y del corazón
La oración del corazón es aquella de un corazón que
tiene anhelo de Dios, y porque lo anhela lo busca para encontrarse con Él. Más
aún, la oración del corazón es ya encuentro, porque Dios está ya presente en el
deseo del encuentro. Y tal deseo está más allá de estados anímicos y
sensibilidades especiales. Es decir, no siempre nos son dadas señales sensibles
como la certeza de una cercanía, porque hay veces en que puede sobrevenir
aridez. La oración del corazón es, entonces, la del corazón que goza cuando
percibe espiritualmente el encuentro y que, sufriendo cuando Dios decide
ocultarse, persevera en el combate de la fe y no pierde la paz.
La oración del corazón es la de quien se deja
purificar reconociendo sus miserias ante el Señor, pidiendo la absolución de
sus pecados en el sacramento de la confesión. ¿Cómo puede alguien con
resentimientos, con odio, con envidias y celos, con maledicencia en la boca
rezar con el corazón?
La oración del corazón es aquella que lleva a amar
a Dios con toda la voluntad, con todas las fuerzas, con toda el alma y amar al
otro, hasta al mismo enemigo.
Cuando la oración llena el tiempo de la vida, la
boca habla de la plenitud de ese corazón orante y las palabras pronunciadas o
pensadas son agradables a Dios y constructivas para los hombres.
Debemos hablar más con Dios, nos pide la Santísima
Virgen. El Padre se ha mostrado cercanísimo en su Hijo Jesucristo, que lo ha
revelado. Y está ahí, a la puerta esperando que le abramos para dejarlo entrar
en nuestra vida. No irrumpe, respeta nuestra libertad. Si le abrimos entra en
nuestra intimidad y nos revela la suya. La puerta es el corazón y la llave de
la puerta: la oración que brota de él. La llave es sobre todo la adoración que
hace que nos arrodillemos, que nos postremos descubriendo nuestra medida, la
medida de nuestra fe y de nuestro amor hacia este Dios que -como lo recuerda el
Santo Padre- fue Él quien primero se arrodilló ante nosotros para lavarnos
nuestros pies sucios. Pies sucios por el camino equivocado de la vida.
Sin la oración del corazón, sin la adoración que
nos vuelve humildes, el corazón permanece cerrado y la vida en la oscuridad.
Dios habla.
Su Palabra
Nuestra Santísima Madre nos invita a leer y meditar
la Sagrada Escritura. En el mensaje del 18 de octubre de 1984 decía: “Queridos
hijos, los invito a leer todos los díasla Sagrada Biblia en sus
casas; colóquenla en un lugar bien visible para que siempre los
estimule a leerla y a orar”. A lo largo de todos sus mensajes, la Reina
de la Paz pide sólo dos cosas de práctica diaria: el rezo del Santo Rosario y
la lectura de las Sagradas Escrituras, principalmente los Evangelios.
La Iglesia nos enseña que el autor de la Sagrada
Escritura es el Espíritu Santo y que en el mismo Espíritu debe ser leída y
meditada. Por tanto, es recomendable rezar invocando el Espíritu de Dios antes
de la lectura. Así la Palabra hará camino en nosotros interpelándonos y
obligándonos a responder con actos concretos de vida. Por su parte, la
Eucaristía, celebrada y adorada, nos dará la fuerza para vivir todo lo que Dios
nos pide y enseña a través de su Palabra.
Como la Santísima Virgen, debemos custodiar la
Palabra en nuestro corazón y hacerla crecer para nosotros crecer con
ella.
La paz y la alegría del corazón
La paz y la alegría del corazón
Porque nuestra Madre nos ama, quiere que nos
acerquemos cada vez más al Señor para que vivamos felices y en paz.
Muchos y por muy diferentes motivos, han perdido la
alegría de vivir. Una de las enfermedades más comunes al día de hoy es la
depresión. La depresión es de raíz espiritual. Necesarias son curas y
atenciones pero quien sana es el Señor.
El Señor habla en la Sagrada Escritura y dice:
“Venid a mí, vosotros que estáis cansados y agobiados. Yo os restauraré”. Si se
desconoce u olvida el Evangelio y si no se ora, no es posible responder al
llamado del Señor. No es posible porque no se lo ha escuchado.
La Virgen viene para que respondamos abriendo el
corazón a la gracia, enseñándonos el camino y acompañándonos en él. Cada vez
que respondemos al llamado de la Virgen estamos acercándonos más a Dios.
Cuando la cercanía con Dios se vuelve encuentro se
recupera el gusto y el sentido de la vida. En cada encuentro Dios sana las
heridas, realza de los fracasos, resucita de las muertes interiores llenando el
alma de paz y alegría.
“Marchando hacia la alegría de la Pascua
tras las huellas de Cristo Señor,
sigamos el austero camino
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